Me he dedicado, como decía la canción, a guardar en tarros de miel todo lo vivido. Al menos todo lo que me ha hecho sentir bien. Y cuando los destapo, disfruto comprobando que desprenden el mismo aroma. Que puedo seguir en el punto donde lo dejé. Que aún puedo compartir aquella vieja broma. Y que, aunque nada es igual, nada ha cambiado, y seguimos guardándonos nuestros viejos secretos.
Supongo que son vitales para mí porque, de un modo u otro, han formado para mí un colchón de seguridad. Es como si la esencia de todo lo guardado en esos tarros me aupara y me permitiera vivir mi presente con seguridad. Son mi margen de maniobra y mi refugio. Y aunque todo marche bien, es mejor no dejarlos escapar.
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