A su alrededor todo era nieve. ¿Acaso podía haber algo más romántico? Los soportales del ayuntamiento de un pequeño pueblo les dieron cobijo, y sus brazos abrigo. Recostada sobre su pecho charlaban de todo sin parar. Hacía menos de 24 horas que sus ojos se había visto por primera vez y sin embargo, una corta mirada bastó para reconocer su destino común: acompañar a los labios en un beso. El viento jugaba con la melena de ella, incordiándoles sin parar. Entre risas, susurros, torpeza y abrazos, él se atrevió a dar el paso. Algo tímido, pero seguro, apartó el pelo de la oreja de ella y en bajito le dijo: “eres preciosa”. Ella, sonrojada, giró la cabeza para mirarle y un segundo después sus labios se encontaron. Su primer beso. Único y especial. Una sonrisa siguió después de ese instante. Una sonrisa que hoy todavía aparece cuando le recuerda. No le ha vuelto a ver desde aquel fin de semana, pero él sigue siendo su primer beso. Uno de sus mejores recuerdos.
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