30/7/13

Con la que está cayendo

Tenemos un grave problema de autoestima en nuestra generación. No sé dónde está la raíz; puede que en el exceso de materialismo de nuestra sociedad, o puede que seamos la consecuencia de unos padres que pasaron por muchos apuros y trataron de hacernos la vida más cómoda. Quizás sea una falta de conocimientos de historia reciente o la ausencia de empatía con aquellos que tanto lucharon por hacerse respetar. A lo mejor es tan sólo que nos hemos doblegado ante un Mundo lleno de lujos, comodidades y frivolidades. ¡Qué sé yo! La realidad es que siento que nos falta querernos. Preferimos esa falsa vida fácil que hemos aprendido a llevar y el miedo perderla nos impide hacernos valer.

Lo más bonito que me han llamado estos últimos meses ha sido 'revolucionaria'. Os confieso que quien así me llamaba (junto a cabecilla, manzana podrida y otros elogios del estilo) lo hacía como insulto. Mi voz le molestaba. Mis reclamaciones -sólo las justas y necesarias- incomodaban. E incluso me colgaron el cartel de 'líder' de algo que quisieron vestir como revuelta y que no era más que querer sentirnos respetados.

"Con la que está cayendo". Nos os podéis imaginar la de veces que he oído a lo largo de este 2013 esa expresión. La excusa perfecta para dejarnos pisar. La excusa perfecta para dejar que mutilen aquellos derechos laborales que tanto costó conquistar. La excusa perfecta para cerrar nuestras bocas mientras los de arriba llenan sus bolsillos. Y con los de arriba no me refiero a Bárcenas y compañía, que también. Todos hemos visto de cerca cómo la crisis se ha convertido en una estafa, en el aliado perfecto de los empresarios que han querido engordar las vacas flacas.

Hace poco un amigo me decía que si todo el Mundo hubiera obrado igual, exigiendo tan sólo respeto hacia el trabajo que desempeñamos -nada más y nada menos-, no estaríamos tan mal. El respeto es algo que empieza por uno mismo, aprendí. Y ahora, en vez de respeto nos han dado miedo. Miedo a que nos quiten esa vida que heredamos. Miedo a descubrir, como decía aquel vídeo de Aleix Saló, que detrás de tanto consumo sólo somos clase baja con un sueldo de mierda. Un sueldo y una falsa sensación de comodidad por el que vendimos nuestro amor propio. Y ahora pagamos el peaje: nos bajamos los sueldos, renunciamos a nuestras pagas extras y nos apretamos aún más nuestros cinturones para que ellos puedan seguir jugando con nuestro miedo desde su Mundo lleno de lujos. Y todo porque se nos ha olvidado de dónde venimos...

22/7/13

Veinteañera

Esta semana es mi cumpleaños. Cumplo los veintitodos, es decir, enfilo la recta final de esta maravillosa década. A partir del jueves entro en una cuenta atrás: 365 días para dejar de ser joven. Tic, tac, tic, tac. 12 meses para tachar retos y objetivos de la lista “qué hacer antes de los 30”. O antes de ser vieja.

No se me da bien crecer. Tampoco iba a ser buena en todo, ¿no? Me gusta el día de mi cumpleaños, pero no me gusta el hecho de cumplirlos. Desde los 25 siento vivir intentando arañar momentos, tratando de añadirle días al calendario en vez de arrancárselos, para poder quedarme para siempre en esta fase de mi vida. Pero la jodida vida ha pisado el acelerador y quema los días, meses y años. Es como si el Mundo quisiera arrebatarme lo que soy mientras me aferro a los recuerdos de lo que fui.

 Y vuelvo a ser víctima de mi constante contradicción. Mi optimismo me hace estar convencida de que lo que va a venir es mejor que lo vivido. Pero mi incorregible nostalgia me hace querer aferrarme a lo pasado. Acabo en una encrucijada en el camino; miro a mi alrededor y veo que la vida ha avanzado más rápido de lo que me ha dado tiempo a asimilar y siento, con angustia, con no hay vuelta atrás. Que hay experiencias, anécdotas, meteduras de pata, locuras y sentimientos que ya no volveré a vivir.

 Es como si me obligaran a vivir una vida que no es la mía, como si me impusieran riesgos y responsabilidades que no me corresponden... aún. Puede que sea cuestión de madurez o quizás tan sólo de actitud. Y puede que un día me levante de la cama con ganas de asumir que ya no soy aquella chavala. Pero ahora, por el momento, sufro la fase de negación.

 Por lo menos aún nadie ha osado a llamarme señora. De hecho, no hace mucho que una mujer me insultó llamándome veinteañera. Le di las gracias.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...