12/8/13

Recuerdos

Como coleccionista de recuerdos atesoro dos maravillas en mi particular baúl. Son dos momentos fugaces, tanto, que tan sólo logro recuperarlos como imágenes estáticas, sin una historia detrás, pero cargados de sentimiento. Espero poder llevarlos conmigo siempre, como dos pedazo de regalos que considero que son.

Lo cierto es que uno de ellos es tan precoz que a veces incluso llego a dudar de que sea real y no un mero sueño que ha logrado engañar a mi memoria por tantos años. No sé cuántos años tendría yo, pero para que os hagáis una idea iba en sillita. Así que echarle que entre ¿1 y 3 años? Fuera o no real (aunque yo juraría que sí), es el primer recuerdo de mi vida y me encanta revivirlo: Sólo sé que llovía, doblábamos la esquina de una de las calles del barrio donde vivían mis tíos y mi madre (o una figura que presupongo que era ella) paró para taparme con la burbuja. Es decir, mi recuerdo es el de un mundo velado por una burbuja de plástico que se fue llenando de más y más gotas de lluvia. Y por algún motivo, recuerdo el lugar, cosa que puede parecer improbable. Pero a ver quién me dice a mí que eso no pasó y que mi memoria decidió guardarlo para que fuera mi primer recuerdo. ¿Quién, eh?

El segundo recuerdo va cargado de amor, de cariño y de sentimiento. El protagonista es mi abuelo paterno, fallecido hace muchos años tras otros tantos enfermo. Tantos, que apenas consigo recordarlo sano y muy pocas veces fuera de casa. Pero consigo revivir un instante en una calle de Pontevedra (donde vivían) donde mi abuelo -elegantemente vestido porque le gustaba ir siempre de punta en blanco- me agarra la mano con fuerza. Era un gesto de complicidad habitual en él, mientras yo me quejaba y él exhibía esa sonrisa mitad bonachón y mitad picarón que tenía. No sé si esa vez me quejé, porque a mi mente sólo viene el instante justo, pero os aseguro que cuando pienso en mi abuelo, me acuerdo de aquel preciso momento. Y sonrío.

La vida está llena de momentos que me gusta guardar y que probablemente recordaré años después con una impresión distorsionada, cargados de subjetividad. Me gusta esconderme en mis recuerdos y estos dos son la joya de mi corona. Uno por lo precoz y el otro por lo emotivo. Ojalá me acompañen toda mi vida y nunca pierda la virtud de recordar.
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