No deja de sorprenderme lo bajo que puede caer el ser humano. Aprendimos en el colegio la teoría aquella de Darwin, que hablaba de la supervivencia del más fuerte, o el más apañado al entorno en el que le tocaba vivir. Se basaban en eso para explicarnos que los más inteligentes fueron los que perduraron en esto que llamamos mundo. Sin embargo, miro a mi alrededor, y cada vez nos veo más gilipollas, si se me permite la expresión.
En el proceso de madurar, hacerse mayor, razonar e intentar ser consecuente con uno mismo, el ser humano pasa por distintas etapas, algunas más entrañables y otras más estúpidas. A una de éstas últimas, los adultos quisieron llamarla 'la edad del pavo', algo pasajero que permite hacer la vista gorda sobre determinadas actuaciones o comportamientos de nuestros hijos para evitar tener que responder o acutar sobre ellos. El problema es que la famosa edad del pavo les comió el terreno y ahora, es una etapa de la que algunos jamás llegarán a salir y que algunos padres y educadores, no saben solucionar.
La noche del 24 de diciembre, volvía ya para casa a eso de las 5-6 de la mañana, y me paré, con una amiga, en un establecimiento de esos 24H que se reducen a cuatro máquinas de comidas-bebidas-y demás. El caso es que mientras yo me paraba a coger una botella de agua, un chaval de unos 18 años, más o menos, se lamentaba, ante sus dos amigos, de que la máquina 'se había tragado un euro'. Para solucionar tan grave problema, ni corto ni perezoso, el chaval arremetió con la máquina a patadas hasta que logró romperla (con la consiguiente lluvia de cristales rotos) y mostró, entonces, una sonrisa orgullosa. Uno de sus amigos le animaba a seguir, para comer todos "de gratis".
Me marché de allí alucinada. Lamentando el espectáculo que acababa de ver y dando gracias de que aquel establecimiento tenía cámaras de vigilancia. Me hubiera gustado ver cómo se hubiera cambiado la sonrisa de aquel imbécil de haberlo sabido. Más que rabia, sentí pena por esta sociedad, en la que la educación de los que un día la dirigirán no ha importado ni importará jamás. Sentí pena por los padres del chico en cuestión que, ante sus amigos, hablarán orgullosos de su hijo sin saber qué tipo de persona es. Y sentí pena porque, en el fondo, hechos así, ya no sorprenden a nadie.
2 comentarios:
Hace años, cuando los chicos aquellos de Barcelona quemaron a una indigente, vi una viñeta de La Vanguardia que va acorde con tu escrito:
Se veía a un chico saliendo de su casa con un bidón de gasolina, su madre, en bata, le decía que tuviera cuidado solo por ahí, que a esas horas de la noche había muy mala gente.
"Sentí pena por los padres del chico en cuestión que, ante sus amigos, hablarán orgullosos de su hijo sin saber qué tipo de persona es."
Lo realmente triste es que alguno de esos padres si saben que tipo de persona es su hijo, y no hacen nada para solucionarlo.
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