Abrió los ojos a tiempo para ver los primeros rayos del sol colarse por la persiana de su cuarto. Un recuerdo dulce llegó a su mente, los últimos resquicios de un sueño que ya se había esfumado. Era aún temprano, demasiado, pero estaba demasiado exultante como para seguir en la cama durmiendo. Era el primer día que iba a verle en mucho tiempo y sintió el estómago encogerse de los nervios. Recuperó mentalmente las horas de conversaciones telefónicas, de chat, mails, mensajes y demás vías de comunicación que habían mantenido abiertas en este tiempo. No había duda. Sí, hoy era un día feliz.
Horas después su mirada vagaba por el paisaje que el autobús se empeñaba en dejar atrás. Su mente, en cambio, se había embarcado en un viaje en el tiempo. Aleatoriamente saltaba al pasado, al presente y al futuro... a corto y a largo plazo. Se había prometido a sí misma mantenerse firme y no derretirse en sus brazos nada más verle. Pero sabía que no era fuerte y no se daba ninguna opción a si misma. Si algún día había sido orgullosa ya lo había olvidado.
Para ser fieles a la realidad, la duda asoló a su mente. Con un tono de voz similar al de su madre le recordó que él ya le había fallado. Él no sabía de respeto y ella no sería capaz de enseñárselo. El móvil sonó y sus palabras llegaron a tiempo para darle la espalda a esas incómodas dudas. 'Sí, ya estoy llegando'.
Efectivamente, no fue capaz de evitarlo. Se derritió nada más verlo. Había guardado en su memoria cada pequeño detalle de esa mirada, de esa sonrisa y de esos brazos demasiado tiempo. Ahora ya no eran un simple recuerdo. Fue el abrazo más dulce de su vida. A la larga sería el más triste. Porque también fue el último.
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