10/2/10

Pocas personas, demasiada gente

A estas alturas del paseo a nadie se la habrá escapado ya que el ser humano es egoísta por naturaleza. Una virtud que nos hemos encargado de transferir a la sociedad en la que sobrevivimos día a día, adoctrinados bajo la ley del más fuerte. Un lastre que ha hecho fracasar la máxima del “divide y vencerás”, una filosofía que justifica el egoísmo.

Y es que a nadie se acordó, después de tanto dividir, que había que sumar para poder obtener el progreso que supondría la victoria. Dividir ha significado una porción menor de problema, y así nos ha parecido más fácil y cómodo a todos. “Que cada palo aguante su vela”, otra de los enunciados preferidos del egoísmo.

Con muy buena fe levantamos las trincheras. Delante de cada problema pusimos su solución. Pero a cada trinchera le dimos un color, una reivindicación, un lema, un himno y hasta un idioma propio. Y sin darnos cuenta, hemos convertido cada batalla en una nueva guerra.

Así, el feminismo ha pedido la exclusividad de la lucha contra el machismo, aunque ha abierto su campo de batalla para poner en el objetivo de mira a todos aquellos que defienden la ‘igualdad’. Un término que, por otra parte, parece haberse anclado en esa eterna lucha de sexos, al menos institucionalmente. Entretanto, los racistas señalan la inmigración como fuente moral y social de muchos de nuestros males, mientras éstos apelan a la dignificad del ser humano y al estado de bienestar para poder sobrevivir lejos de sus países. Pasadas las revoluciones, los sindicatos se aburrían y se metieron en política. Ahora su guerra es la de otros, y los trabajadores luchan solos contra Golliat. Y mientras, cómo no, la Iglesia continúa con su cruzada, recordándonos, cada día, su superioridad moral a la hora de emitir juicios y opiniones que, además, según afirman, deben ser tenidas en cuenta por los más altos organismos. Siempre, eso sí, de la mano de la hipocresía.

Y entre tanto número y tanto sinsentido, es imposible recopilar los éxitos, si es que los ha habido, para sumarlos y vencer. Lo que queda después de tanto individualismo es una soledad que hace más patente el fracaso total de la sociedad en su conjunto. Me pregunto qué hubiera pasado, si ante tanta trinchera, se hubiera antepuesto una idea más humana de las personas. Sin sexo, sin ideología, sin religión, sin capacidad económica, sin raza, sin idioma. Sólo personas, ante personas.

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