11/11/14

Los libros de mi infancia

Imagen vía Pinterest
Siempre me han enamorado esas fotografías de librerías infinitas en salones perfectos con miles de tomos colocados -aparentemente- a barullo pero, a buen seguro, con un orden desorganizado a gusto del propietario: por autores predilectos, por temática, por estilos, por ediciones... Acumulo escenarios similares a modo de inspiración en algún tablero en Pinterest; "algún día", pienso. Pero, siendo sincera, lo que de verdad me gustaría es recuperar el hábito de la lectura, un hábito al que entre trabajo, blogs, series, redes sociales y apuntes interminables de la UNED cada vez le dedico menos tiempo. 

Leo desde que tengo uso de razón. Mi madre me enseñó a leer en casa, antes de que nos enseñaran en el colegio. Fui una devoradora de libros compulsiva: Tardes de domingo, noches en vela para terminar algún libro, entre estudios... Nunca había tiempo suficiente. En una ocasión incluso me castigaron sin leer, porque había dejado lo que tenía que hacer por un libro. "Primero el deber". Y mi madre me echaba la bronca cuando tardaba una tarde en leer el último libro que había entrado en casa: "a ver qué lees ahora". No me importaba mucho. Tenía unos cuantos libros de cabecera que, pese a saber de memoria, leía y releía eternamente. Y aunque tenía mucho donde elegir, siempre acababa volviendo a tres colecciones inolvidables:

Los Cinco, de Enyd Blyton. Los cinco fueron mis mejores amigos literarios. Georgina, Julian, Dick y Anne; Jorgina, Julian, Dick y Ana en otras versiones. Y el inseparable Tim, mascota que dio nombre el primer perro que tuvimos en casa. Me encantaban las aventuras en las que se metían, la mayoría de ellas ¡en la isla de George!,  pero sobre todo, me encantaba el personaje de Georgina, 'George' y, cómo no, quería ser como ella. 

El pequeño vampiro, de Angela Sommer-Bodenburg. Estaba completamente enganchada a las historias de un pequeño vampiro, Rüdiger; que se hace amigo de un niño humano, Anton; y cómo entran uno en la vida del otro sin que los mayores se enteren. Anton incluso puede volar con una capa que le presta su amigo. ¡Un vampiro en el alféizar de la ventana! 

Ana la de las Tejas Verdes, de Lucy Maud Montgomery. Un clásico que no tiene nada que ver con los dos anteriores. Pero aún a día de hoy creo que me sé la vida de Ana de memoria, desde que llega a la casa de Marilla y Matthew hasta que sus hijos luchan en la Primer Guerra Mundial. Y mientras lo leía y releía y volvía a releer, me imaginaba cómo sería tener una hermana gemela como Diana y soñaba con viajar a la isla Príncipe Eduardo en Canadá.

Por supuesto, guardo esos libros (y todos los que he tenido) como oro en paño. No se me ocurre una herencia mejor para los que vengan detrás... Y, mientras recuerdo aquellas historias que alimentaron mi imaginación y que me acompañaron en tantas tardes de mi infancia, pienso en la lista de libros que  tengo acumulados para leer o de los que me gustaría que llenaran la librería de mi casa... Pero si eso ya, otro día ;)

2 comentarios:

Robert dijo...

A mí me han pasado dos cosas para que deje de acumular libros:
1. ebook. Mucho más fácil y sencillo, no pesa, no ocupa y puedes llevar un montón de libros encima y, para que engañarnos, gratis. Lo del precio contribuye a que lea libros que igual de otra manera no leería, eso sí.
2. Me compré una moto. Antes iba a libro por cada dos semanas aproximadamente y es que el camino al trabajo en tren, metro y bus da para mucho.

Así que ahora casi no leo, el rato que tengo en casa lo utilizo para series, no se puede tener todo :(

Iréz dijo...

Jajaja, a mi también me castigaban sin leer. Más que castigarme, me los confiscaban para que estudiara. No surtía efecto, claro.

Mis amigos quieren de herencia mis libros, es mi única riqueza. Y tampoco tengo tantos, jaja.

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