Después de 27 años guardando recuerdos, toca el momento de
mudarlos. Después de 27 años de amparo paternal, llega el instante de echarse
la casa encima y aprender a echar la vista atrás, dejando por el camino mucha ‘porquería’.
‘Porquería’ es esa palabra que usan las madres para
describir todos esos ‘cachibaches’, ‘papelorios’, ‘basura’ (más vocabulario materno) y demás cosas que, dicen,
almacenamos en nuestras habitaciones. Cuando las cuatro paredes se quedan
pequeñas, comenzamos a adueñarnos del trastero, del cuarto del hermano mayor
que ya abandonó el hogar, de la sala, del baño… Y al final, sin saber cómo, has
conseguido invadir toda la cosa con toda esa ‘porquería’ que ahora te toca
trasladar a un sitio más pequeño.
En teoría es fácil: Tienes que meter todo lo que guardas en
tu cuarto en una nueva casa. Compartida, sí, pero más grande que la habitación
donde has crecido. O sea, que por espacio no será. Pero… ¡ay, cuando llega la práctica...!
Están esas viejas
cartas que no recordabas que tenías y que de pronto se te antojan
imprescindibles para guardar en tu nuevo hogar, aunque seas plenamete consciente de que hasta dentro de unos ocho años no
volverás a verlas y será, otra vez, para moverlas de sitio. Mirada a la cama: ¿Qué hacemos con esos peluches tan bonitos? Ojo, que en mi caso, no son cualquier peluche, son los
muñecos de Barrio Sésamo vestidos de la Real Sociedad. También hay un ‘Gizmo’
por algún lugar de la casa. “Todo esto se viene conmigo”, pienso. Claro que a
mi pareja no le apetecerá tenerlos… “Los guardo en cajas, decido”
(nota para la Iria
del mañana: Siento que hayas tenido que abandonar la casa para que quepan más cajas).
Es difícil tomar decisiones cuando guardas hasta un ticket
de autobús Irun - Bilbao de la primera vez que fuiste a la Aste Nagusia de Bilbo, por poner un ejemplo, aunque
el tiempo haya borrado las letras y sea un simple cachito de papel blanco
cortado por una esquina. Y es que, tú sabes perfectamente de cuándo es ese ticket y recuerdas lo bien que te lo pasaste aquella noche y, claro, ¡no quieres tirarlo!
Creo que lo más fácil sería coger las cajas y, sin echar un vistazo a su interior, lanzarlas (con fuerza) al fondo del contenedor de basura. Pero sé
que me despertaré por la noche pensando si tiré aquel cuaderno tan bonito que
compré en Camden con grandes esperanzas depositadas en él y nunca usé. Me
quitará el sueño pensar que ya nunca podré… “no usarlo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario